porque la lucha continua y las palabras no se quedan atrás

la palabra resiste

y en eso estamos


domingo, 17 de mayo de 2015

A imagen y semejanza

Lectura de domingo por la noche. Subo un intento de prosa que estoy armando. 


A imagen y semejanza

Escribo un verso, otro y otro más hasta construir una estrofa; y luego otro y otro, otra estrofa. No doy importancia al número de versos en cada una, ni la cantidad de silabas. Mucho menos busco la rima, con o sin ella, asonante y consonante. Tampoco pienso en el verso libre. Plasmo lo que sale, lo que mi mano va trazando, dibujando las letras como el arado en la tierra buscando la rectitud de los renglones o tratando de seguir una determinada dirección. Pero me pierdo, el suelo es muy duro, apelmazado y la cuña no logra clavarse hondo; así que, a veces, voy por arribita no más, o se hunde demasiado coleando y saltando. Los bueyes tiran desparejos desbalanceando el arado. O son rebeldones justificando el uso del rebenque y eso, desestabiliza el arado. O van rápido y el surco sale así no más, a la que te criaste, como la caligrafía escrita a velocidad, con poca claridad e inentendible.
La mayoría de las veces, sino todas, sale cualquier cosa. Palabras amontonadas en un lado, y pozos en otras, un montículo más alto que los otros, terrones gruesos que no se rompieron, los bueyes pisoteando las taipas.
Así son mis letras, a como salgan, a campo traviesa, con la hoja desafilada y los brutos mancados. Buscando el rumbo que el desacierto depare. Rompiendo los lineos, aunque haya que aporcar más tarde. Al final, de alguna o de cualquier manera, la semilla se siembra y algo produce.
Los surcos parejos, prolijos, derechos dejaron de existir cuando el abuelo recostó el arado en el galpón, en su última morada, y vendió los bueyes, el pampa, el cara blanca y los holandos. A pesar de esto, en mi memoria sigue arando y trajinando con ellos. Haciendo estirar la reja y poniendo su esperanza en las lluvias y en la cosecha que vendrá.

En mi intento de imitarlo, unzo el lápiz a mi mano, aro mis palabras y siembro letras, cada día. Aunque, los reglones me salgan torcidos y la cosecha sea magra. 


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