A la casa del rey
Domenico Tagliapietra
Qué el recuerdo no inunde los ojos, el
tiempo pasado no fue mejor solo por imaginárnoslo como un edén celeste.
Se inventaba un recuerdo y a fuerza de
contarlo se hacía presente.
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Se
acuerdan cuando ...
y allí comenzaba un rosario de anécdotas
tan sagradas como letanías mismas.
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Sagrado
es solo dios
aclaraba cada vez que alguien se excedía
en la grandilocuencia de los adjetivos.
Cierta tarde se dirige a su dormitorio
amplio con dos ventanas, la cama centrada sobre uno de los lados y cerca, una cómoda.
Las cómodas, las de antes, espaciosas, totémicas contenían la historia
acumulada por décadas como un relicario venerado en un templo.
Mientras buscaba, no sé qué cosa, encontró
la cajita. Esa caja apagada por el paso de los años. Tenía un borroso color
bordó y los bordes gastados. Era pequeña. Cómo de un anillo o algo así. Pero no
contenía una alhaja sino lo real encerrado en el tiempo.
Reverencialmente la abre como a un tesoro,
como su posesión más preciada. Dentro, la mortaja ocre de un recorte de
necrológicas de un diario protege tiernamente una foto-carnet.
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Mi
negro, mi rey
se emociona la tía.
Ella sabe que la memoria se construye con
retazos que conforman una manta ensamblada; que los recuerdos son cadenas que
ligan al pasado, enredadera que abraza el cielo con la tierra
Hay
cosas que son reales, piensa la tía, y cierra
el cajón.