Lentos
bueyes avanzan, cabizbajos,
mientras
arrastran un tosco arado.
Uncidos
por el jugo
no
pueden separarse.
Rutinariamente
se hunden
en
un eterno pozo del que no salen.
en
cada surco que hacen
con
cuña de viejo hierro,
cavan
su tumba.
Ya
no piensan, ya no añoran
las
verdes praderas que
conocieron
en su juventud, ya lejana.
Así,
se olvidaron de sus sueños
de
libertad
y
no luchan por ella,
pues
el cansancio y la costumbre
aletargaron
sus vidas, consumiéndolas
en
una eterna espera de redención.
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